Buscar este blog

"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

jueves, 8 de junio de 2006

A SETENTA AÑOS DE LA MUERTE DE FEDERICO GARCÍA LORCA

Se cumplirán setenta años de la muerte de Federico García Lorca y en España y en toda Hispanoamérica se recordará esta trágica fecha con multitud de homenajes, congresos, encuentros, lecturas y reediciones de sus libros. Pero, ¿qué hace que Federico García Lorca sea tan popular, tan querido y tan revisitado por los -cada día menos- lectores de poesía?
Las razones pueden ser muchas y deben ser analizadas desde variadas perspectivas, pero creo que la más importante es la condición de "crisol" que su obra tiene como un verdadero palimpsesto donde confluyen universos tan distintos como la música popular, folklórica y clásica, la tradición más arraigada del Renacimiento y Barroco, la ruptura de las vanguardias (donde el expresionismo, el creacionismo y el surrealismo juegan un papel preponderante), el cine, los toros, las canciones infantiles, el jazz, el teatro y un innumerable etcétera que permiten hablar de una poesía (y un teatro) donde cada lector puede encontrar un aspecto que ha de interesarle o conmoverle: cada cual hallará lo que le interesa, nadie saldrá de sus obras con las manos vacías. Y no se trata de un collage de “actualizaciones” tan a la usanza del postmodernismo light que hoy por hoy vivimos: por el contrario, la poética de García Lorca se basa en la integración, la interacción y la reconstrucción del pasado con el presente y el futuro. Nada de esa "espontaneidad" que parece respirar su escritura está improvisada
[1] o "caída del cielo": cada palabra, cada verso, cada poema está sutilmente asido a un marco multidisciplinario, a una intertextualidad, a una visión de mundo totalizadora (aunque no omnívora ni menos unidireccional), abierta, sin prejuicios, que reúne sabiamente sus elementos arquitectónicos para construir una nueva tradición que aún no acaba de finalizar (al menos, creo, en la poesía y la literatura de América Latina): la tradición de la verdadera reactualización, del diálogo, de la construcción sobre la construcción, del barroco y del neoclasicismo, de la huella que prefigura y adivina la próxima huella que no niega el paso primero sino que se apoya y fundamenta en él. Una idea de cultura, de pasado y de futuro, de presente y tradición que puede convivir al unísono (aunque a veces en amable discordia) y que se alimenta, crece y desarrolla con los problemas de una realidad candente y de un imaginario común que estira sus manos hacia lo mediato e inmediato.
Esta virtud casi única en la obra lorquiana hace que su poesía, como su teatro, mantenga una asombrosa vitalidad. Nada "huele a cadáver" en la estética del granadino: podrá hallarse mayor o menor ingenuidad, mayor o menor gravedad, mayor o menor frescura, pero la "visión de obra"
[2] se sostiene con increíble solidez. Este autor consigue levantar verdaderos pilares temáticos que enmarcan, conducen y ligan cada detalle, cada intuición, cada imagen con ese sustrato final que nos habla de la condición humana, de lo desconocido, de la muerte.
Federico García Lorca supera su condición de "fetiche cultural" (asociado a su trágica muerte en manos del horroroso fascismo español en ese otro drama terrible que fue la guerra civil o, últimamente, asociado también a su condición de escritor perteneciente a una minoría sexual) para sostenerse solo por su escritura
[3]. Otros poetas han construido sus propias mitologías, sus propias leyendas, sus historias reales o ficticias; García Lorca no necesita trucos ni hagiografías personales para convencer sobre la trascendencia de su obra y de su personalidad como animador cultural del grupo poético de 1927. La sola valoración de sus libros (desde Libro de poemas a Diván del Tamarit), de su teatro, de sus conferencias, de sus dibujos, de sus transcripciones y de sus arreglos musicales, bastan para configurar el inmenso espacio que por sí solo habrá de seguir concitando la atención de la crítica que ya ha reunido millares de artículos, libros, tesis, monografías y ensayos.
Desde la óptica de quien escribe poesía, creo que ha de revisarse con sumo cuidado el libro Poeta en Nueva York (escrito en Estados Unidos entre los años 1929 y 1930, y publicado póstumamente en 1940), donde es posible comprobar como el poeta advierte proféticamente sobre los peligros de la deshumanización, de la masificación, de la mecanización, de los posibles desastres ecológicos
[4] y de la cosificación del habitante de las macrociudades aparentemente fantásticas aunque yermas en lo que a emociones y sentimientos se refiere. Lo mismo cuando señala el advenimiento de una civilización que hace del dinero su dios omnipotente y olvida el amor, la justicia y la generosidad como piedras fundadoras de toda sociedad y hasta de las instituciones más sagradas como la Iglesia o el Estado. Denunciando la discriminación racial[5], la oposición entre ricos y pobres, la cruel devastación de la naturaleza en el nombre de una civilización que finalmente se transforma en una “bárbara civilización” asentada en lo baldío, en la soledad y el miedo.
Su búsqueda permanente, su afán de síntesis y renovación hacen de este libro neoyorkino uno de los textos más importantes de la poesía contemporánea en lengua castellana, en el mismo lugar que ocupan Trilce de César Vallejo, Residencia en la Tierra de Pablo Neruda, Muerte de Narciso de José Lezama Lima, Piedra de Sol de Octavio Paz, La realidad y el deseo de Luís Cernuda o el magnífico poema en prosa, Espacio de Juan Ramón Jiménez. Poeta en Nueva York es la mirada total de un poeta completo que no cesa de dolerse, de gritar visceralmente, de inquirir (e inquirirse) en un mundo aparentemente sordo donde la crueldad del poderoso aplasta sin remedio la voluntad de los desposeídos:


(...)
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
(...)


("Grito hacia Roma" de Poeta en Nueva York)



Los procedimientos técnicos de este libro (de raigambre vanguardista en todo el amplio sentido de la palabra) como la técnica del montaje, el motivo del viaje, la fragmentación del mundo, la aparición de la voz del inconsciente, los sueños, la enumeración caótica, el discurso de denuncia, las metáforas cinéticas, etc., no hacen sino comprobar que un texto puede reformar el discurso de su época basándose en los hallazgos de la modernidad con la “sana complicidad” de la tradición en lo que a temas se refiere. Todas las obras de García Lorca, unas más, otras menos, realizarán ese prodigio único. No deben olvidarse sus poemarios Diván del Tamarit, Sonetos del amor oscuro o Llanto por Ignacio Sánchez Mejías: en esos otros libros y poemas la actualidad del poeta descifrará el mundo con clarividencia e iluminación, permeándose del mundo de la Andalucía árabe y judaica, del complejo y terrible mundo de la tauromaquia o de la secreta angustia de su homosexualidad que clama en sonetos estructurados en la perfección de un poeta de los Siglos de Oro.
La necesaria relectura de Federico García Lorca, ya apartada de la imagen tópica de un autor, que tanto daño ha hecho para una correcta lectura de su obra y que posee un mundo muchísimo más vasto que el de su Andalucía natal y que, por cierto, está mucho más lejos del tópico clásico de Próspero Mérimée y de la tarjeta postal de una España rural y exótica, se hace absolutamente impostergable. Sola su voz y sola su poesía habrán de hablarnos con ese estremecimiento y esa misteriosa claridad que sólo unos pocos poseen.

[1] Véase su extraordinaria “Poética” escrita para la famosa Antología de Poesía Española que hiciera el poeta Gerardo Diego en 1935.
[2] Algo tan alejado de muchos poetas y narradores actuales que escriben sin pensar en lo anterior y, menos, en lo que sucede a lo presente.
[3] Otro asunto que deberían tener en cuenta algunos autores que hacen prevalecer su especial problemática, su género o sus particularidades étnicas o sociales para excusar la mediocridad de sus escritos.
[4] Adelantándose a todos los movimientos ecologistas que surgirían treinta años más tarde.
[5] Muchísimo antes que en los Estados Unidos se iniciaran los movimientos en pro de los derechos civiles y de la igualdad racial entre negros y blancos.

No hay comentarios.: