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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 22 de julio de 2006

CRÍTICA a "Demonio de la Nada" de Santiago Bonhomme


Los demonios de Andrés Morales

Por Santiago Bonhomme

Explorar el lenguaje al máximo en sus virtudes y fracasos, en su terror y su belleza. Esto es lo que hace el poeta Chileno Andrés Morales (1962), en su ya extensa memoria literaria. Desde su primer libro Por Ínsulas extrañas (1982), Morales ha transitado por la poesía Chilena, como pocos, de verdad (y vaya qué pocos).Siendo testigo de su tiempo -contando su tiempo- cargado de esperanza y desgracia, propósito y responsabilidad que tiene todo, y repito, verdadero poeta. La poesía de Morales es sin duda memoria, comprometida siempre con las voces de sus poetas vivos y muertos.
El último trabajo poético de Andrés Morales titulado Demonio de la nada (Santiago, RIL editores 2005), es un exorcismo terrestre, digo terrestre por el carácter humanizante del demonio, como uno más de nosotros, presente en todos nuestros actos, tanto desbordados como calmos, también memoriales. En el libro el poeta dialoga con sus demonios, en una necesidad profunda de comprender y situarse en un universo siempre adverso, donde la muerte late en todos los actos abrigando al poeta de cierta tristeza, pero el poeta, sin titubeos la denuncia, asumiéndola como parte fundamental de su lucidez. En este libro Andrés Morales navega en aguas dolorosas, mar constante en su obra.
Las aguas de la memoria hacen dudar. Se sabe que el ser humano es un ser fallido, corrompible, el país de la perfección dicen algunos es la infancia. Morales recorre su memoria con una mirada castigadora:

Entonces la memoria, el gusto, la mirada,
el ácido sabor, el dulce y cruel delirio,
todo queda entonces aquí en este sueño
de aquel que en el deseo recuerda este dolor

Las imágenes en el libro son tragedia en fragmentos que unidos conservan un temple decidor, en él también surgen islas, descansos de esperanza:
Tu boca una bandada de gaviotasque trae a mí el mar con su sonidoy nubes que aparecen y cielos que se abreno una fiel tormenta de rayos en mi boca.
La última parte de Demonio de la nada llamada por el autor cinco "Cuerpos del pecado", lujuria, soberbia, gula, codicia, ira. Un término para mí insomne, donde el poeta mantiene los ojos bien abiertos, para hacerse cargo de estos cinco pecados capitales que acaban el libro y acaban con el poeta, el sudario de éste queda ahora en el aire de un infierno también y muy bien acabado para proseguir a la puerta del juicio.
El poeta Chileno Miguel Arteche, se refirió de esta manera sobre la poesía de Andrés Morales, en un pasaje del prologo para el libro Escenas del derrumbe de occidente (Santiago, RIL editores, 1998). "Las regiones infernales que explora el hablante son las fiestas del demonio, pero también sus orgías gélidas. Son los sueños como pesadilla, el demonio del reloj, el duelo de las noches, los hermanos muertos en la puerta, la fila de difuntos puestos uno sobre otro, el quedarse en el puerto esperando algún navío que no vuelve, el vals de despedida al más allá. Es decir, la exploración del infierno de hoy."
Demonio de la nada, pareciera ser un libro póstumo, libro último para terminar un transitar por la poesía, de la manera más honesta, la de comparecer en el propio tribunal, el más castigador si se juzga desvelado. Atractivo desafío y despliegue poético, donde las imágenes abundan, desenfundando realidades terribles no muy lejanas a los ojos de todos, humanos o no, esa sentencia dejémosela a nuestros demonios.
Demonio de la nada


El cáliz derramado, la sangre del cordero,
el odio y el silencio alientan estos días
de truenos y de rayos caídos en la frente
en medio de mi centro, del puro amor reseco.

Los huesos ya desechos del padre en su mortaja
cavilan en los ojos, se oyen por la tarde
y vuelve a la garganta el grito amancillado
por mares de fiereza, de olvido, de la ausencia.

Desenterrar los dedos desde la despedida,
reconocer el cielo que aún espera inquieto;
oír lo que se ahoga detrás de las palabras
y ver en la ceguera. Y ver en la ceguera.

Aún así retumba la herida en mi cabeza,
del párpado sin sueño, del sexo anochecido
en extravío entonces el hálito sereno
y nada ya consuela desde el recuerdo ajado.

Se cierran esas puertas de una casa a solas
y el hombre, el padre, el niño anuncian su fracaso.

Cae algún telón en ese teatro absurdo
y la memoria muerde como una bestia atada.


(A Felipe Cortés)

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