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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

sábado, 22 de julio de 2006

CRÍTICA a "Visión del Oráculo" de Aristóteles España



Poesía de Andrés Morales
VISIÓN DEL ORÁCULO
Por Aristóteles España

Del latín Oraculum, que significa "respuesta que da Dios o por sí o por sus ministros", "lugar, estatua o simulacro que representaba la deidad cuyas respuestas se pedían", este libro titulado "Visión del Oráculo" (Red Internacional del Libro, Santiago, 2005), de Andrés Morales (1962) es un juego del imaginario personal hacia otro colectivo donde el poeta aporta una visión desintegradora de un universo que se recoge y salta en el infinito como un niño.
"Todo se detiene y habla y permanece", dice, mientras se escuchan gritos despiadados desde el fondo de la tierra y todo el poemario se estremece, saltan las vocales, los adverbios están arriba de los árboles y la historia se desplaza entre Roma, Tenochtitlán, El Cuzco. Extrañas fantasmagorías recorren las ciudades y las ventanas de un lugar que puede ser Santiago, Lima, Pekín, México, y la niebla dibuja el rostro de Vladimir Holan en medio de la noche mientras se abren los muros y leemos en su texto "Los Videntes":

Todos íbamos a ser Rimbaud
Todos íbamos a ser Artaud
Todos íbamos a ser Edgar Allan Poe.
Lo que pasa, es que ni Verlaine
ni un poeta menor ni aquellas líneas
del pequeño escribano de la corte.
Nada, ni en el aire, ni un poema:
Todos íbamos directo al matadero.

Poesía para volarse los sesos en medio de una noche de lluvia mientras las palabras cotidianas vuelan, raudas, hacia otros lugares y sólo existe una salida: la de buscar entre los escombros los espacios del porvenir como decía René Char.
Andrés Morales nos propone una lectura de los regresos, del mundo que se invierte y no hay nada que temer solo los pálidos reflejos del "quizá".
Sus textos son estremecedores, por sus grietas aparece un país desolado, el viento chileno que choca con los truenos de T. S. Eliot, el aeropuerto de Zürich donde hay ángeles llenos de miedo y el mar Adriático es un largo cementerio donde aparecen los ojos de Borges, cuando dice que la lluvia es una cosa que, sin duda, sucede en el pasado, e imágenes de autores españoles, ingleses, franceses, que Andrés Morales ha incorporado a su acervo cultural para desplazarse a toda velocidad por distintas culturas del planeta en un viaje vertiginoso jugando con el oráculo como los niños juegan con los volantines en primavera.Libro memorable que está destinado a sobrevivir en la jungla de este idioma en un remoto país como el nuestro. Gonzalo Rojas nos dice que "Andrés Morales no sólo es poeta. Está condenado a ser poeta. Errando, errando, errando, hará lo suyo prefiriendo a los éxtasis el sacrificio. No yacerá en un libro como tantos. Crecerá, volará".El libro está dividido en dos partes: "Poemas del vidente" y "Poemas a Dido". En la parte final el autor juega con las luces de una ciudad inexistente, el vacío, y el hueco que producen los vientos en las manos. Poesía que rescata el amor y las edades del mundo, para siempre.

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