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"Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, -déjenme quedarme así- con mi memoria, ahora que yo soy. No quiero olvidar nada."



José Saramago

viernes, 17 de noviembre de 2006

POEMAS DE EDUARDO D' ANNA


LA PUERTA DE CALLE

Aquí está; éste es
el límite. Los loros
de la filosofía lo
marcan, empeñosos:
desde acá para adentro
es lo mío; para afuera,
lo otro. Qué importante.

Grande, vieja, oxidada,
la puerta de la calle
espera siempre: en vano,
en relación a los que no
vendrán ya; y a los otros
abúlica flanquea
en su paso a las cosas
que los esperan, buenas
si quiere Dios; y si no,
lo que sea.

Pasaron
los tiempos en que, según sonaba
al cerrarse en lo alto de la noche,
sabías medir la cantidad de vino
que yo traía en mi maleta
de piel y huesos. Porque las crisis
volvieron la aventura en puros
manotones de ahogado.

Puerta, puerta.
Que al cruzarte camine
yo, todavía, hacia el poema.



LA ESCALERA

Lo primero que ven
los demás, cuando entran:
mármol y bicicletas
y un entreverse de misterios,
de lámparas y cuadros
en lo alto, en recodos,
con interrogaciones
que, jamás satisfechas,
alimentarán sueños
de carteros. De soderos.
¿Por qué no? También es
gente que sueña.



LOS CUADROS

Cierro los ojos y ellos se acercan.
Son agradables y cálidos: son
criados en casa. Deberían
hablar, si esto fuera un poema
imaginativo, pero
la verdad es que se quedan en silencio,
mirándome.

Obvio, que con piedad.
¿Cómo lo sé?
¿Cómo lo sé, si tengo
cerrados los ojos? ¡Ah....!,
Éste no es un poema explicativo.
Sí, cerrados los ojos. Y los miro,

y ellos me miran. Desde su caballo,
el hombre que ha robado una muchacha
que lleva a grupas, preocupado,
me mira. Las palmeras
del Monastério da Grácia,
acarician el aire viciado
del hall. Las iglesias
de madera de Chiloé parecen
acordarse del mar y las colinas,
pero también me miran.
Soy el dueño.

Soy el dueño de este desastre.
De mi vida y de mi hacienda,
a la que ellos pertenecen. ¿Qué
les puedo decir? ¿Qué cuentas
les podría rendir?
Son piadosos,

y eso ya quiere decir algo.



COMEDOR DIARIO

Todos juntos aquí,
en el fresco del verano;
entre libros, cuadros,
adornitos. En el pequeño
espacio, que hemos hecho
para tener un comedor
diario, invento argentino.

Alzo el codo, y doy vuelta un pollo.
Muevo una rodilla y la lleno de ensalada.
Nuestras almas también
se rozan un poco.



JARDÍN

Dulcemente, no existe.
No existir, desde luego, lo hace
más hermoso: llama la
atención, por ejemplo, cómo cambia,
cómo posee primaveras propias
o tórridos veranos, por su cuenta.

Cómo sus rosas se marchitan
por las malas noticias. O reviven
los días de cumpleaños. Hay, a veces,
arboledas larguísimas: un parque
parece más que nada; y otros días
tiene las dimensiones de un cantero
donde a cada malvón se lo conoce
por su nombre. Jardín

de nuestras torvas maquinaciones,
del que no hay que espantar
ni ratones ni pájaros ni perros;
del que no erradicamos jamás
ninguna mala hierba.

LLUVIA

La ventana
está llena de gotitas;
el viento le sacude
las hojas, y a través
de los vidrios, lo que se ve
es distinto: es luminoso
y húmedo. Porque el aire
está lavado cuando
estamos aquí, mirándolo.

Y los ruidos. Los autos
se desplazan distinto, y el sonido
lo sabe. Y en el cielo
se ven viajar las nubes
como una horda de bárbaros
apresurados por llegar
a su invasión. Y mientras,

indiferentes, nosotros
hecemos cosas en la cocina,
que si no estuviera lloviendo
no las haríamos: pensar,
escribir, sentirnos
¿cómo? No sé.



REGRESO DE VACACIONES

En unos pocos días, nada más,
todo se ha derrumbado:
cucarachas muertas a causa
de previsores insecticidas,
plantas exangües. Olor
a cadáveres lapidados.
Los héroes de novela
protestan su abandono
desde los anaqueles.
El gato Juan, reintegrado,
pasa en una neblina
de desprecio.


LA MÚSICA

Llena la casa, la infla:
nos damos cuenta
que es una casa chica
cuando entramos y nos
aturde, cuando coléricos
gritamos “¡bajen esa
música!”, como si
ella nos cortajeara
el hígado. Y la hija
baja el volumen de la
música, corriendo
a la fuente del frenesí,
mientras dice: “ufa,
papá, no está tan
fuerte”. Ella quiere
que la casa eche
a volar. A volar en alas
de esa música, pero qué.
No se puede.
No se puede, hija.



EL AUTO

Vive exilado de nosotros
porque no tenemos garage,
y se enloquece como un perro
cuando vamos a sacarlo.
Muchas veces, es todo rutina
(¿O pasiones secretas?). Lo mejor,
para él, son los grandes viajes:
el lago Posadas, entre enormes
vientos. Abdón Castro Tolay,
límpido. Chiloé. En fin,
el universo. Él elige,
nosotros nos subimos.



BAÑO

Aquí nacen las reflexiones más profundas,
y se revela el ser: uno, sentado,
ve transcurrir el orbe hacia
su caducidad sin apelaciones:
él brilla, cósmico, reflejado
en los viejos azulejos, que se vuelven
translúcidos en el portento
de igualársele. Pero, ¡cómo, nunca!,
al universo no se le pasa
un trapo, eso está claro. Así,
el lugar es también de lo falso,
lo alucinado, lo que pierde
al hombre tras la gloria y el poder,
aparentes y efímeros. El baño,
que fue templo en Descartes, aquí,
en mi casa, recibe los dones
que le querramos dar, más humildes;
y él también más humilde.



EL OTRO BAÑO

Hay otro baño, también,
y pasa lo mismo.
(Ver poema anterior).



EL DORMITORIO

Aquí siento los ruidos, es decir,
aquí siento el silencio:
siento el enarbolarse del aire
para ser viento, cómo aparta
las hojas, cómo le contestan,
cómo me invade, cómo nos invade,
y cómo prepotente nos obliga
a respirar. Aunque querramos
morir. Aunque querramos
irnos con los fantasmas de la noche
que ni siquiera saben respirar
ni lo precisan.



(EDUARDO D'ANNA nació en Rosario en 1948. Poeta y ensayista. Ha publicado diversos y notables libros de poesía entre los que destacan: Muy que digamos (1967); Carne de la flaca (1978); Los rollos del mar vivo (1986); Historia Moral (2000, 2004) y Zoológicos (2006). Los poemas aquí transcritos pertenecen al libro inédito 2491, llamado así porque es el número de la casa del autor. Fueron escritos en diciembre de 2004).

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